Hacerle un espacio al espacio público
Por Gabriel Ballesteros Martínez
Escatimar suelo para dedicarlo a plazas, parques, jardines y banquetas, es regatear el bienestar social; es sentenciar la Ciudad a una condición de subdesarrollo. La fórmula establecida en nuestro Código Urbano para dotar este tipo de suelo debe corregirse pues no garantiza ni la abundancia ni la calidad del espacio público. Este elemento básico de nuestro Derecho a la Ciudad en Querétaro resulta ser un privilegio cuando debería ser un atributo indispensable.
Las ciudades se distinguen y sus equipamientos las significan. Uno de los elementos esenciales del éxito de las capitales europeas, es precisamente la generosidad del espacio público que ofrecen a sus habitantes. Malecones transformados en paseos; redes de banquetas, ciclo vías y jardines lineales; plazas y plazoletas con arte y diseño de paisaje; bancas, bebederos, estatuas, fuentes y monumentos; protecciones y señalética formando un conjunto que se obsequia cotidianamente al ciudadano. Basta mencionar el Parque del Buen Retiro en Madrid o el parisino Jardín de las Tullerías; nuestro Bosque de Chapultepec o el Zócalo de la Ciudad de México para evocar belleza, orgullo, raigambre pero sobre todo: personalidad.
El primer cuadro de la Ciudad de Querétaro se enlista en el patrimonio mundial de la UNESCO porque sigue el patrón europeo: la gente vive la Ciudad no solo la utiliza. En cambio en la ciudad moderna se nos olvidó ese principio y se permitió aprovechar todo el suelo posible para el negocio inmobiliario con proyectos “exclusivos” dejando solo espacios residuales para cumplir con el porcentaje de donación que señala la ley.
El espacio público en los últimos años ha sido más un escenario de conflicto que un elemento constante en el desarrollo de Querétaro. En la última década del siglo XX la Ciudad de Querétaro sufrió los estragos del ambulantaje; este fenómeno social y comercial presionó las relaciones de tal manera que la agenda del gobierno llegó a colapsarse. Para acomodar a los ambulantes la administración municipal de Jesus Rodríguez (1994-1997) planeó y construyó un fallido mercado en la Av. Pasteur (sobre lo que era el Lienzo Charro); las organizaciones sociales comandadas por Pablo González Loyola y los hermanos Palomo lo rechazaron. Dos años después, el primer municipio panista de la Capital pacto –como en oriente medio– territorios por paz. Nuestra Alameda fue concesionada junto con el Camellón de Zaragoza y el Andador Libertad al comercio popular. Si bien el asunto se atempero, la realidad es que desde entonces el estupendo conjunto de andadores y jardines luce diferente. El mercadillo de Zaragoza frente al IMSS agoniza y los carros que se diseñaron –alguna vez autosuficientes– otra vez quedaron semifijos, colgados con “diablitos” a la energía eléctrica de la Ciudad.
Otro ejemplo de este tratamiento al espacio público fue la reubicación de los mariachis y grupos norteños que tocaban y se contrataban en el Jardín de Los Platitos. Después de mucha presión vecinal para salvar el pintoresco jardín, en 2004 se tomo la decisión de mudar “canta recios” y “trompas de hule” a un nuevo punto de reunión. Así nació la Plaza “Santa Cecilia”, también conocida popularmente como “el o.v.n.i.” en la esquina de Av. Universidad y 5 de febrero. La plaza, nombrada en honor de la patrona de los músicos, aunque funciona, debemos reconocer nos quedó feíta. El émulo modernista de sombrero charro es casi tan desafortunado como el estacionamiento en batería de las camionetas –estas si literalmente “mariacheras”– que hacen el panorama de la esquina donde alguna vez en todo lo alto figuró el prócer Allende, al que con sus gritos de muerte y libertad removimos por el rumbo de Peñuelas.
Otro discurso viviente que habla de la poca importancia que le hemos dado al espacio público es el desaprovechado, céntrico y vasto terreno alrededor del vaso regulador “Benito Juárez” en el Parque Querétaro 2000. Descuidado, sucio y hasta peligroso, el lugar podría convertirse en un hermoso paraje para correr y andar en bicicleta alrededor de la represa. De hecho, aunque el espacio pareciera estar vedado, todos los días la gente se mete por una malla rota o a brincos por el dren pluvial para hacer ejercicio, tener un “día de campo” o simplemente cortar camino hacia Bernardo Quintana.
Un ejemplo más de que el espacio público se logra a través del conflicto es un parque ubicado en Carrillo Puerto, al que cariñosamente los vecinos bautizaron el día de su inauguración como Parque “el PAN-tano”. Este macro lote baldío fue rescatado después de las lluvias de 2003 como condición impuesta por los vecinos a Armando Rivera para permitir la construcción del Dren Norte. En tres meses ese “Everglade” citadino se volvió un orgullo de la gente. Hoy, los casi 20 mil metros cuadrados están equipados con canchas y juegos infantiles amortiguando estratégicamente la densidad habitacional con el uso industrial de la zona.
Otras acciones reconocibles son los parques lineales que prometió y cumplió Manuel González Valle. Entre 2007 y 2008 su administración habilitó el espacio entre los carriles de la Carretera a Huimilpan y mejoró sustancialmente el camellón de Paseo de la Constitución (o de Las Torres) detrás del Querétaro 2000. Pero más allá de estas acciones aisladas, se encuentra la necesidad de reconocer que no estamos guiando a los desarrolladores e inversionistas sobre la línea de hacer una ciudad agradable para todos. La banqueta, el parque y la plaza son lugares de socialización, de enriquecimiento cultural, incluso de romance y entendimiento. Una ciudad que se regatea a sí misma los lugares para convivir está confabulando su negación; mientras que no sea convicción de quienes hacen la Ciudad, la fórmula de donar el 10% del 10% de suelo para equipamiento y áreas verdes en un proyecto urbano (Art. 109 del Código Urbano actual) seguirá sin garantizar el acceso a un espacio público de calidad. Tenemos ahora la oportunidad de enmendar, hagámosle un espacio en el debate al espacio público.
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