Las conversaciones comienzan a ser pasionales. Tomar partido puede ser un riesgo o toda una valiente muestra de orgullo y convicción. Las sobremesas se calientan y se extienden, algunas se vuelven misteriosas y sectarias.
Los contratistas comienzan a sudar, a preocuparse, el presupuesto publico sufre de inestabilidad o hasta de Alzheimer; mientras tanto, los que quieren aventurarse de un brinco al trampolín político tratan de descubrir lo que queremos oír, lo que queremos ver. Algunos compilan expedientes para la guerra sucia, otros trabajan el entramado de una red que siempre esta ahí para recoger los recursos con que cada tres años se inunda la ciudad; un caudal interminable tras del más humilde sufragio.
Y es que cuantas cosas le suceden a la Ciudad cuando el reloj el electoral la gobierna. Se inauguran obras inconclusas, se hacen obras innecesarias, se declaran proyectos magníficos, se esconden proyectos fallidos. El reloj electoral con su gran manecilla, la que anticipa o retrasa cualquier illusion, ha comenzando a contar, y esta comenzando a dislocar el transcurso normal del tiempo en la Ciudad. Lo urgente urge más y lo importante puede esperar.
Si quieres hacer algo grande hay que esperar a que cambie el sexenio; si quieres hacer algo no tan grande hay que aprovechar que todavía no acaba el sexenio. Si quieres hacer algo pequeño será difícil pues estamos a fin de sexenio, hay cosas más importantes en que aprovechar el tiempo; si no quieres hacer nada, que torpe hay que aprovechar que todavía no acaba el sexenio! quien sabe que pase después…
Interpretarlo es todo un arte. Y tu, eres presa del reloj electoral? Hace unos días tuve la experiencia de vivir la aplicación de ese implacable minutero en todo su esplendor. Defendiendo un asunto pude ver como el derecho y la lógica se han hecho a un lado porque no vaya a ser que en estos tiempos, donde hay que cuidar clientelas o arrebatarlas, aplicarlos resulte perjudicial. No importa si se tiene la razón o si se ha sabido pedir, los que se manejan con ese reloj la regatean, no vaya a ser que se atrofie el ritmo de su personal cuenta regresiva; la maquinaria de su particular apreciación de lo prudente de acuerdo a la época que se avecina.
Para los gobiernos las semanas comienzan a ser días y los días horas. Hay que acabar, hay que cerrar, hay que hacer lo prometido a como de lugar, aunque los que vengan tengan que pedir prestado. Es una lógica de nunca acabar. Obras, obras, obras. Libros blancos, contratos sin firmar, cuentas que hay que cuadrar, acuerdos que hay que lograr aunque sea en la última sesión; basura que hay que sacar…
Nuestro único antídoto es la planeación de largo plazo; sin ella estamos muy lejos de poder disfrutar de la estabilidad y la continuidad de un proyecto municipal, estatal o nacional. Nuestra mala costumbre de vincularlo todo al proceso electoral es fuente y consecuencia de muchos de nuestros grandes problemas en la urbe. A la Ciudad le hace mucho daño tanto capricho, tanto ajuste a lo conveniente por encima de lo deseable.
Quizá podamos corregir cuando el eterno trienio, que frecuentemente resulta ser de 26 meses, se modifiqué a cuatro años largos y completes, o quizá, cuando renunciemos totalmente a la máxima histórica de la no reelección o quizá cuando los partidos políticos acuerden no distorsionar las agendas de todos los sectores con descalificaciones y estridencias, con silencios y evasivas.
Es el momento de pedir que se asegure a los servidores públicos para que no se enganchen al reloj electoral. No nos puede suspender la justicia y la razón, no es correcto.
tic tac… 2015…