La Ciudad no es la Sección Amarilla
Por MNU y Lic. Gabriel Ballesteros Martínez
Entre pintas de candidatos fallidos que ya no borraron, conciertos gruperos y torterías que explicitan cada sabor que se vende, nuestras bardas y fachadas saturan el espacio de la Zona Metropolitana con pintas desagradables, reiterativas y para colmo con faltas de ortografía. ¿Quién está cuidando la imagen urbana?
Es muy comprensible el interés de los dueños de un establecimiento mercantil por atraer clientela. Resulta absolutamente legítimo tratar de diferenciarse de la competencia; sin embargo deben entender que el espacio público, arena de esta lucha comercial, nos pertenece a todos. Dice el Reglamento de Anuncios del Municipio de Querétaro que solo se puede usar el 20% de la superficie de una barda y asimismo que solo se podrá pintar en el área libre de otros objetos siempre y cuando “no se afecte la imagen urbana” (Art. 28 y 32). Solo basta un breve recorrido por Av. De la Luz, la Carretera 57, Zaragoza ó 5 de Febrero para identificar que estas disposiciones, en muchos casos no se están cumpliendo. Ni que decir del centro histórico donde la gente por miedo al INAH se anuncia a través de mamparas y cartulinas que quitan y ponen.
Surgen dudas a quien esto escribe… ¿dejaríamos de entrar por una torta si no especificara la fachada que hay cubanas o de milanesa? ó ¿el querido maistro dejaría de de ir a la tlapalería porque no está dibujado en la pared el tornillo del calibre y tamaño que busca?… Estos cuestionamientos pueden llegar a ser abrumadores pues en contrario uno se pregunta ¿porque el Hospital San José no pone afuera que se hacen endoscopias de colon o la Nelson Vargas que se enseña a nadar de “crol”?. Me cuesta trabajo imaginar un taller que esté pintado de Bardahl o Quaker Estate, en tan discretos tonos verdes y amarillos, donde no se hagan afinaciones. Y más allá de sarcasmos, me pregunto porque dibujar el catálogo en la pared de las ferreterías, tan atractivo que es el arte de las palas, las espátulas y las carretillas.
Si el asunto es simple, nada más hay que bajarle dos rayitas y pintar con brocha delgada. Nuestro espacio urbano merece pasar de la desordenada Sección Amarilla que hoy aparenta a un ambiente apropiadamente controlado y vigilado. Con una de las siete veces que está repetido en línea el anuncio del próximo concierto de Los Tucanes de Tijuana en las bardas de la Cimatario que dan a la carretera 57ª a la altura del Panteón, es suficiente. No lo cree?
Cuando reunimos anuncios adosados que con frecuencia son más grandes de lo debido, autosoportados más altos y luminosos de lo adecuado, abigarradas pintas en fachadas completas y ventanales que muestran a todo lo largo cada platillo de los restaurantes, solo nos puede quedar un panorama feo, confuso y en ocasiones hasta deprimente.
Las Vegas, Tokio y Nueva York, ciudades con calles famosas por la poderosa fotografía de neones y foquitos, aun en esa vorágine de luces y mensajes, respetan un patrón de imagen urbana, donde la fuerza de los anuncios comerciales — si bien estridente — en un modo complejo resulta ordenada y atractiva.
Desde aquel chusco pasaje de la censura al espectacular donde Paulina Rubio montaba un brioso corcel hasta hoy, se han dado muchos cambios a la normatividad, pero curiosamente para “aflojarla” en detrimento de la imagen urbana. Es de sugerirse a los señores regidores la revisión del Reglamento de Anuncios para hacer eficientes los procedimientos de inspección, endurecer multas y facilitar el retiro de la publicidad que está en falta administrativa. Hay que motivar al Secretario de Desarrollo Sustentable a intensificar la inspección preventiva en lugar de abonar como autoridad a la fealdad del panorama cuando tiene que poner el ejemplar y vistoso letrero de C-L-A-U-S-U-R-A-D-O en letras mayúsculas negritas y grandototas.
También a los publicistas habría que sugerirles que incluyan en el paquete que ofrecen a sus clientes otros medios de promoción; que nos ayuden no empobreciendo el panorama. Más allá de leyes y limitaciones autoritarias lo que hace falta es desarrollar conciencia de que saturar la ciudad de anuncios no mejora sustancialmente la vida comercial y si en cambio lesiona la belleza de Querétaro.
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