Por M.N.U. y Lic. Gabriel Ballesteros Martínez
¿Qué sería de las bancas sin un par de enamorados?, ¿qué sería de un prado sin una familia compartiendo el domingo? Pobre de aquel quiosco sin músicos; de aquella plazoleta sin globero; de aquel payaso sin un niño ilusionado o viceversa. ¿Quién quiere un parque que cual si fuera un cuadro, solo nos presta el servicio de la contemplación?. Así está hoy nuestra Alameda Hidalgo, linda y moribunda. Tristemente hermosa; depresiva y melancólica quizá porque se sabe prohibida. Es una pena, el mejor espacio público de Querétaro no se puede gozar, pues está —literalmente– restringido disfrutarlo.
Si Usted logra encontrar la entrada por el lado de Zaragoza, bajando la escalinata será notificado que en ese parque público se prohíbe casi todo. Por disposición municipal, según letreros de la época del Presidente Garrido Patrón, se restringe la entrada con balones, alimentos, bebidas, bicicletas y mascotas. Si por casualidad Usted es un payaso, un músico o un vendedor de globos, golosinas o algodones, lo sentimos pero tampoco puede chambear, búsquese un restaurante o un una banqueta donde estorbe. Y por si estas prohibiciones le parecieran pocas, también se enterará que no puede pisar los prados; por tanto, solo le queda caminar por las espaciosas calzadas y sentarse a admirar los árboles, en una de las pocas bancas que quedan disponibles.
Enrejada, abierta solo por unas horas, la Alameda se reduce a un cruce peatonal que ni siquiera está completo, ya que ocasionalmente se abren las puertas de Pasteur y Corregidora. No me lo cuentan, el domingo pasado pude constatar que si bien está cuidada, nuestra Alameda agoniza de aburrimiento. A las 12 de la mañana con un sol radiante, la gente que estaba dentro se podía contar sin dificultad. Algunas caras sonrientes en las bancas, algún crudo durmiendo la mona y nada más.
A hurtadillas pero bajo protesta, incitado por la vocación de mi bicicleta violé la disposición administrativa y penetré. Vino a mi mente el infantil recuerdo cuando ahí mismo, aprendí a andar sin llantitas a base de aterrizajes. Anduve hasta la estatua del Padre de la Patria que se ve que le dieron su “shaineada”, saludé y luego me acerqué al descascarado, solitario y estupendo quiosco, alertado por un letrero que avisa el nuevo servicio estatal de internet gratuito. Nadie conectado, solo una muchacha hablando por teléfono molesta con el galán.
Para no importunar, me aventuré por una de las diagonales, admirado de los colores y el olor a hierba mojada con la sensación de no estar en el centro mismo de la ciudad. Me arroparon magnificas sombras de unas jacarandas que habrá que volver para fotografiarlas en abril. En la calzada solo yo y los lastimeros despojos de uno de los alebrijes que pusieron en los Arcos. Una pena que semejante monstruo terminara así, conversé conmigo.
De ahí navegué despacio hasta la pista de patinar. Un chaval experto brincaba un tronco con su patineta y siendo solo yo el testigo de aquella hazaña, le brinde un aplauso. Seguí mi viaje. Al llegar al final de la calle, me encontré un paseo de tepetate bien apisonado que circunda toda la Alameda. Ningún corredor dándole la vuelta, ni un andante… ¿estará prohibido correr también? me pregunté un poco en broma pero dudando si pudiera ser así. Invitado por la oportunidad, me preparé, sin embargo cuando me disponía a pegar una carrerita, fui capturado. Don Toño, un amable vigilante al que le reconozco su gentileza, nos indicó a mí a mi bicicleta la salida por Constituyentes. Se acabó el paseo, con la ley a mis espaldas vi de reojo que la bicicleta solo le es permitida a menores de 10 años.
Más allá de esta narración que pretende hacer agradable una denuncia, está la incongruencia que vivimos en Querétaro. Mientras que recientemente se hizo una plaza pública tratando de satisfacer la necesidad de espacios públicos para la población, bajo una de las vialidades más circuladas del país, la del Distribuidor Bicentenario, nuestra ancestral y preciosa Alameda está subutilizada. Quiero pensar que es por desconocimiento, o quizá por la inercia de un momento en que se pensó que era mejor inhibir algunos usos, quizá cuando el ambulantaje la asfixiaba, no sé, pero hoy no se justifican estas prohibiciones y no exagero al señalar que la están matando. Hoy por eso lanzo con toda energía un S.O.S. Alameda Hidalgo.
Quedan muchas preguntas y una oportunidad: ¿quién ordenó estas prohibiciones? ¿a quién le parece molesto que haya payasos, magos, globeros o una familia haciendo un día de campo a la sombra de una jacaranda?, ¿quién decidió que las puertas estén cerradas?… no lo sé. Lo que sí sé es que hoy eso puede cambiar… Vamos a poner más vigilancia, papeleras y basureros; vamos a delimitar espacios y carriles quizá, pero vamos a dejar a la gente disfrutar lo que es suyo.