La primera vez que escuche la idea de un “Tren Bala” tenía 11 o 12 años. Recuerdo que atrás de mi casa, en la Colonia Calesa que apenas comenzaba a poblarse, después de hacer la tarea me salía a jugar con mis amigos de la cuadra e invariablemente terminábamos en la vía del tren. Nos atraía como un imán; buscábamos balines o algún petardo que hubiera dejado el cabús para el próximo convoy; nos agarrábamos a resorterazos con parque natural de fruto de higuerilla o simplemente nos echábamos a aventar piedritas a un bote y a aprender maldiciones en los montes de arena que SCT había tirado entre unos durmientes grises de concreto que serían —algún día—la vía del tren ese del que tanto hablaban mis papás.
Un día se nos ocurrió subirnos “de mosca”… vaya estupidez!!, a mí me costó una rodilla, (gracias a Dios nada más) aprender que con máquinas de ese tamaño no se juega. El susto fue suficiente para que desde entonces lo viéramos con respeto; eso sí, echados en los montes de arena entre aquellos durmientes de concreto que serían –algún día—la vía del tren ese del que después dejaron de hablar mis papás…
En la época universitaria el mentado Tren Bala se convertiría en una esperanza de ahorro y comodidad para mí. Una alternativa de transporte –que nunca llegó– para ir a ver a una querida novia que se me había mudado al Distrito Federal. Puras promesas del Ruiz Esparza de aquellos tiempos que acabaron con mi romance; me tuve que conformar con ser uno de los últimos pasajeros que utilizaron el “División del Norte” que salía a las 6:15 y llegaba a la Estación de Buenavista a la hora que se le daba la gana; y que en la noche de regreso se quedaba varado en Polotitlán acomodando un carro, lo que ocasionaba que mi travesía de ir “checar”, como se le decía entonces a la noble experiencia de visitar a la susodicha, concluyera en la madrugada.
Hace casi tres años me tope de nuevo con él. Escuche que el Candidato Peña Nieto firmaba ante Notario el compromiso de hacer el sueño realidad. Ya no sería “Bala” (supongo porque la idea es medio ochentera), ahora su apellido sería “De Alta Velocidad”. Escuche que pasaría por ahí, donde aquellos queridos montes de arena y donde esos durmientes de concreto algún día durmieron; que llegaría donde la vieja subestación eléctrica, esa que algún día estuvo rodeada por una selva de higuerilla donde pizcábamos parque para cargar la resortera.
Entusiasmado por la idea pero con algunas inquietudes, durante varios meses escuche de todo sobre el TAV México Querétaro: “será el futuro de Querétaro”, “crecerá el PIB”, “será la espina dorsal del diamante de México” (luego les cuento que es eso). “La estación no va ahí”, “deben bajar el pasaje en el nuevo aeropuerto”; “va a costar un dineral”; “imagínate un viernes que jueguen los Gallos como se va a poner Bernardo Quintana…”. “Se harán las obras que mitiguen el efecto del tren”, no afectará a las colonias vecinas” etcétera, etcétera, etcétera.
No obstante tanto alboroto, el gran proyecto despertó conciencias y sirvió también para impulsar el desarrollo democrático. Con valentía ciudadanos y profesionistas debatimos con servidores públicos los pros y contras de la modernidad; se escribieron artículos serios como el de Vasconcelos y otros no tanto que solo aportaban al stress colectivo; cifras fueron y cifras vinieron, pero de toda suerte se pudo ver la luz de la participación ciudadana iluminar como locomotora a un gobierno estatal que contuvo con gallardía las críticas. Yo pensé: ahí va, ahí va. Con algunos ajustes y sentido común la tolerancia se abrirá paso como la máquina de vapor revolucionaria y se hará lo mejor para Querétaro…
Oh desilusión. Lamentablemente, al menos por ahora, el parto ferroviario parece haber concluido en un nuevo aborto federal. Ahora no habrá durmientes que recoger pero si muchas explicaciones que ofrecer y no solo a los chinos, tendrá que ser a todo el pueblo de México y tendrán que ser convincentes. Ahora habrá también vecinos tranquilos y más de algún político estará contento porque el Tren no presionará la elección de 2015.
Comienzo a pensar y que me deja inquieto es que el tren ese esté salado. Que sufra de una maldición como aquella que decía mi papá le impuso el indio Conín a los originales Gallos Blancos que no pudieron nunca subir a Primera División. Una especie de embrujo. Y es que creo que solo tratándolo con total transparencia y total rectitud podrá el tren ese su pito tocar. Solo así sus diodos zigzaguearán desde esta tres veces histórica ciudad hasta la región más transparente del aire, allá donde hay una Gaviota y un galante Presidente esperando en el andén de su Casa Blanca, junto a Penélope.
Supongo lo veré algún día; subiré a mis nietos y en recuerdo de aquellos emblemáticos ferrocarrileros haré como que tengo leontina, destaparé el reloj y gritaré para que sepa mi prole como se escuchaba, vaaaaaamonooooos!